Resumen
Las organizaciones estatales mesopotámicas del III milenio a. C. adquirieron una fundamentación
de carácter sagrado al conferirse a la realeza un origen divino y al rey un poder absoluto
en el desempeño de un rol sacro, que en ocasiones difuminó el límite entre lo humano y lo
trascendente, animando a algunos dinastas al reconocimiento expreso de su esencia divina. Si
bien la deificación real fue un recurso ideológico excepcional, en ciertos momentos históricos
del Bronce Antiguo algunos gobernantes hicieron uso de la imagen —enriquecida en muchos
casos con el correspondiente texto— para difundir atributos y cualidades que referían
visualmente, ante una audiencia de súbditos mayoritariamente iletrada, lo solapado en las
inscripciones oficiales: un status que puede precisarse divino.