El mundo, mi hogar : propuestas para mirar, dibujar, reptar y construir desde casa

Abstract

A lo largo y a lo ancho del planeta, atrás y adelante en la historia, se pueden observar distintas formas en que los pueblos se vincularon y vinculan con su entorno natural. Algunas personas quizá piensan a la naturaleza como algo separado de lo humano, como una entidad que es transformada por la acción de las personas. Sin embargo, esta concepción no lleva tanto tiempo en la historia de la humanidad, no es la regla ni es un aspecto común en todas las sociedades en nuestro presente. De hecho, en la cosmovisión de muchas culturas los seres vivos no humanos, como las plantas y los animales, o incluso el agua, la tierra y el sol, tienen alma y vida propia. Los animales tienen personalidad, así en los cuentos mapuche que se narran en la Pampa y la Patagonia, el zorro (ngürü) es un ser astuto, que incluso puede engañar a su tío mayor, el león (pangui). En las comunidades qom del Gran Chaco (los llamados tobas), se asignan a los animales atributos humanos. Para ellos los animales poseen alma (lqui’i) lo que les permite comunicarse y entablar relaciones sociales entre sí. Los mitos patagónicos de los tehuelches nos relatan que una discusión entre el ñandú y la liebre dio origen a las estaciones del año, al frío y al calor. Y así podemos seguir evocando distintas historias en las que no es tan clara la diferencia entre seres humanos y no humanos y entre ellos y el ambiente. En general, quienes vivimos en las ciudades perdemos el vínculo estrecho con los otros seres no humanos y el espacio en el que habitamos. Pero el aislamiento preventivo por el que transitamos desde marzo de 2020 cambió mucho nuestros movimientos y con ellos varió la forma de mirar y de mirarnos